la señora de las especias

"La vida hauria de ser com ja només la podem descobrir en les mirades d'alguns nens."

martes, julio 15, 2008

La palmera de los cuentos


Erase una vez, hace muchos muchos años en un lejano país, un príncipe que vivía en cálidos vientos y embriagadores olores. Su vida giraba alrededor de palacio, con sus espléndidos jardines, y los altos muros que lo separaban del resto del mundo.
Era un palacio de sedas, inciensos y cojines, de mujeres suaves y tersas, de frutas prohibidas y noches de ensueño.
En el centro de los exuverantes jardines crecía una palmera centenaria, inmensa, erguida como un penacho hacia el cielo, observando la vida fuera de los muros.
El príncipe vivía atrapado en sus sueños día y noche, soñaba mil y una aventuras fuera de aquellos muros de su cárcel dorada. Cada mañana se acercaba a la palmera para relatarle su último viaje con Morfeo por las callejuelas de la ciudad que imaginaba al otro lado, sus olores, sus gentes, sus mil y una aventuras.
Un día el príncipe se presentó frente al gran árbol más excitado que de costumbre. Había soñado que sobrevolaba los muros y las calles hasta un arroyo. Allí vio a la mujer más hermosa que podía existir y se quedo observándola durante largo tiempo.
Por fin decidió acercarse a ella y se enamoraron al instante. Un torrente de nuevas emociones y energía golpeaba su cuerpo y hacia bullir la sangre de sus venas.
Tras contarle su historia a la palmera le confesó su deseo de escapar esa noche en busca de su amada, de romper las cadenas de palacio y por fin adentrarse en las aventuras que tanto había soñado.
Así lo hizo. Esa noche escapó. Burló la vigilancia y venció el muro. Bago por las calles hasta encontrar el arroyo, todo aquel paisaje le era familiar. Allí estaba ella, refrescándose en las limpias aguas. Salió a su encuentro y le recibió como si le hubiera esperado largo tiempo.
Se fundieron en un abrazo eterno cuando la maldición de palacio cayó sobre ellos castigando a todo aquel que osa escapar a pasar el resto de sus días en forma de árbol. Las ramas de los dos crecieron entrelazadas, buscando tocar el reflejo del otro en el agua cristalina.
Cuenta la leyenda que desde aquel día la palmera lloró de impotencia y dolor hasta perder su fuerza, y sus lágrimas eran hojas con todos y cada uno de los cuentos del príncipe grabados en ellas.
Un día lejano su madre también quiso descubrir el mundo fuera de aquella fantasía dorada de mentes sin horizonte.